Sobre el Blanco Albayalde
El mejor de los blancos, y desde luego el más cruel, se hace con plomo.
Durante cientos de años, los pintores europeos consideraron el
albayalde como una de las pinturas más importantes de su paleta.
En su tiempo envenenó a pintores y obreros industriales, a mujeres que buscaban remedios de belleza y hasta a niños pequeños que jugaban en trineos, y a quienes atrajo su extraño sabor dulce.
Plinio incluyó el albayalde en su “
Historia natural”. Decía que era venenoso si se tragaba, aunque no se refirió a las sombrías consecuencias de absorberlo a través de la piel o inhalarlo en polvo mientras se molía. En su época el albayalde de mejor calidad procedía de Rodas.
La fabricación consistía en colocar delgadas virutas de plomo en un cuenco lleno de vinagre, la acción del ácido sobre el fino metal causaba una reacción química y dejaba un depósito blanco de carbonato de plomo, luego se molía lo aplanaban en tortitas y lo dejaban secar al sol del verano. En época de Rembrant los holandeses adoptaron un tercer y repugnante ingrediente, el estiércol. Con el fin de producir no solo el calor para evaporar el ácido, sino también el dióxido de carbono que transformara la sustancia de acetato de plomo en sencillo carbonato de plomo. La habitación se sellaba y se dejaba cerrada durante noventa días… Era uno de los pequeños milagros del color: la transformación de la mierda en azúcar.
Desde 1994 se prohíbe vender esta pintura dentro del la UE, salvo en condiciones especiales.
Las que se morían por ser blancasEl albayalde rara vez fue más traicionero que cuando se empleó como maquillaje.
El famoso caso de
Maggie Angeloglou, ama de casa de San Luis, Missouri. En 1870 aparece el maquillaje “
Flor de juventud “de una firma de cosméticos. Maggie se compró varias botellas, aplicándoselas de forma concienzuda y en 1877 murió por envenenamiento con plomo.
El albayalde se había empleado generosamente en cremas faciales y maquillaje desde la época egipcia; las damas romanas tenían plena confianza en él, y las geishas japonesas también lo utilizaban: hacía un hermoso contraste con sus dientes ennegrecidos, como dictaba la moda, con bugallas y vinagre, Pero incluso en el siglo XIX, cuando sus peligros debían de conocerse mejor, era común en los tocadores de las mujeres, fuera como fuera su piel. Uno de los problemas radicaba en que al principio –como en la tisis- el daño que causa hace que a veces la víctima se sienta incluso más atractiva. La exposición al plomo hacía parecer a las mujeres espíritus etéreos, casi ángeles, lo cual formaba parte del engaño. Para cuando la verdad daba la cara, lo más probable es que ya fuera demasiado tarde.
La enfermedad que surgía tenía dos nombres el “
plumbismo” por el plomo, o bien “
saturnismo” porque el plomo se relaciona tradicionalmente con el planeta Saturno, que al parecer dota de melancolía a quien nace bajo su influencia. Un ejemplo es que quien se aplicaba con asiduidad cada mañana “
Flor de juventud”, primero habría experimentado una sensación de letargo; en 1870 lo habría achacado a los malditos corsés. Luego, quizá, habría dejado de dormir, lo que hundiría las pálidas mejillas, que en la época victoriana era la idea de cómo debía ser una mujer, “
pálida como una muerta”. Más tarde empezaría a sentir las piernas un poco inseguras, de manera que guardaría cama. En este punto bajaría las mangas del vestido para esconder las pequeñas marcas azules –diminutas líneas de plomo- que se formaban en las muñecas. Pronto aparecería el estreñimiento, y orinaría muy poco, aunque el orinal sería útil para los vómitos de aspecto bilioso que arrojaría con frecuencia. Suena mal pero esto es sólo el principio del malestar. Más tarde incluiría la insuficiencia renal y lo que se describe con delicadeza “
anormalidades de conducta”.
COLORESVictoria Finley.
Editorial Oceano, 2004.